El misterio resuelto de la cámara nupcial

moro

Muchas veces, los misterios tienen explicaciones más sencillas de las que nos habíamos imaginado, como es el caso que les vamos a relatar. Se trata de una historia 100 % real que hemos novelado, o más bien inventado en muchos detalles para no hacer sangre o sorna de sus protagonistas. En concreto Verónica Miramond y Gustavo Encinas, que son los dos tristes sufridores de la siguiente “tragedia”…

Nos casamos en Burgos el 12 de abril de 1998. Verónica y yo habíamos decidido casarnos antes de que sus padres conocieran que estábamos a punto de concebir un hijo (debido a la excepcional fertilidad de la familia de mi esposa). Estábamos muy ilusionados.

A nuestra boda invitamos a nuestros amigos de la facultad de medicina, familiares y amigos de los pueblos. Como resultado, teníamos más de 200 invitados económicamente acomodados, que consiguieron que pagáramos fácilmente los honorarios del convite y nuestro viajes de bodas, además de varios regalos. Regalos entre los que, por motivos que próximamente comprenderán destacamos una cámara Nikkon último modelo y un bote de vaselina (que nos regalaron los amigos de la facultad para, según rezaba la leyenda, nos fuéramos a tomar por culo en el viaje de bodas con el dinero que nos habían dado).

Decidimos que, ya que estábamos en “estado” nos fuéramos a un país cercano, donde fuera más fácil cumplir con la abstemia. Túnez fue el lugar elegido.

El lunes 25 de mayo a la noche llegamos a la capital de la antigua Cartago.

Tras dejar el equipaje, dormir placidamente en un hotel de gran prestigio y un desayuno digno de un rey, nos dedicamos a disfrutar de las actividades que habíamos contratado en la agencia de viajes.

Tras desayunar, subimos a la habitación para lavarnos los dientes y nos subimos a un autobús con varios españoles que habían contratado el mismo paquete. Pero al subir al autobús nos dimos cuenta de un detalle importante: Gustavo ¿dónde te has dejado la cámara de fotos que nos regalaron tus tíos? Joder… Ya no da tiempo de ir a buscarla.

Un intenso día, sin apenas descanso, en el que visitamos la Medina, el Mercado central o el Jardín Habib Thameur, entre otros lugares.
Al llegar a la habitación percibimos que no habían recogido la habitación. ¡Qué leches!.. La han dejado peor que cuando nos fuimos…. Resulta que nos habían robado.

El dinero, las joyas, las prendas más caras, todo lo que valía dinero y lo que no lo valía había desaparecido, salvo un par de cosas: La cámara de fotos que habíamos echado de menos desde que se nos olvidara y los cepillos de dientes ¿Cómo era posible?

Tuvimos que sacar más dinero y comprar ropa pero al menos sólo habíamos perdido los recuerdos fotográficos de ese día.

Pasamos un tiempo muy agradable en el país, salvo por la citada anécdota.

Cuando llegamos a Burgos, volvimos a nuestra vida habitual. Todavía no existían las cámaras digitales por lo que tuvimos que enviar a revelar los carretes que habíamos utilizado. Al llegar a la tienda fotográfica el dependiente nos recibió con cara sonriente. Ya tenemos las fotografías de vuestro viaje de novio, nos dijo con un tono muy alegre.

Al ver las fotos, las había ordenado en orden inverso… Primero vimos las fotos del último día, hasta llegar al día del robo (ese en el que nos habían quitado todo salvo la cámara y los cepillos de dientes). Las últimas fotos correspondían a dos autóctonos, con sus barbas, sus camisolas largas y sus gorros típicos del país. En ellas se apreciaba claramente (esa era la intención) cómo los dos individuos se restregaban las cerdas del cepillo sobre los sobacos, sus partes más nobles y sobre los orificios de evacuación: los ojales vaya…

Misterio resuelto: No fue bondad, sino hijoputismo.

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